Definitivamente la corrupción es el problema político, económico, social y ético más grave que afecta actualmente a todo nuestro país. Es tan grave este terrible flagelo, que debería declararse ya, el “Estado de Emergencia Ética y de Valores Humanos”.
El gobierno anda en la búsqueda de medidas legales y preventivas, que sean verdaderas políticas públicas y estrategias para frenar el cáncer de la corrupción que corroe a toda la sociedad, desde los estratos socioeconómicos más encumbrados, hasta los más humildes de la población colombiana. Existen normas legales para evitar los abusos, pero no se cumplen a cabalidad, no han producido los resultados esperados, todo depende de la conducta particular de cada empleado, servidor público o privado.
Colombia presenta infortunadamente a nivel continental, uno del índice más elevado en desconfianza en los partidos y movimientos políticos y en los tres grandes poderes del sector público, y también ya está contagiado el sector privado. Por la avaricia y ansias de poder, muchos siguen privilegiando el Tener por encima del Ser. Los bochornosos escándalos de corrupción de Odebrecht, Reficar, Interbolsa y de múltiples casos similares estremece a todo el país, porque implica a servidores y dirigentes políticos reconocidos y por las gravísimas repercusiones que tiene este flagelo para el desarrollo económico, social, cultural y político de toda la Nación.
Pero a medida que el Estado es obligado a enfrentar las demandas de la población, la que reclama transparencia en todas las actividades financieras se va complicando su existencia. Los grandes problemas de corrupción en todos sus niveles tienen su base en la ausencia de Ética y de Valores Humanos. La corrupción es el principal enemigo del bienestar, prosperidad y desarrollo sostenible de la inmensa mayoría de los colombianos. Ya que los recursos económicos se quedan en pocas manos y ello impiden que sean utilizados en Inversión Social y Humana.
Luego, a mayor corrupción, menor salud, menos educación de calidad, menos vivienda digna, menos seguridad, menos servicios públicos domiciliarios y menos empleo digno y decoroso. Así que este es un grave problema no sólo del gobierno de turno y de nuestra clase dirigente; sino que es un problema mayúsculo que debe encarar toda la sociedad, es decir, un propósito colectivo entre Estado y Ciudadanía.
La corrupción se encuentra en todos los sectores de la sociedad; no sería difícil hacer una clasificación y reconocer que comienza en el propio seno familiar, cuando el padre le ofrece pago o recompensa a sus hijos para que cumplan con la realización de sus tareas escolares, lo que se convierte más tarde en una obligación, avalando el aforismo de que “la costumbre se transforma en ley”.
El hecho más notable de corrupción es el soborno, el que se acostumbra en las oficinas públicas y privadas; donde los interesados en la realización de trámites urgentes, tienen que dar coimas, propina o regalos a los responsables de la ejecución de los mismos; este hecho se convierte en cultura institucional muy difícil de erradicar, ya que los mismos usuarios la fomentan. Pero ésta sí se puede cambiar, si existe e interioriza la voluntad política y administrativa de acabarla. Por ello, es inexcusable e inaplazable, que extirpemos la corrupción en la actividad política. Se necesita dignificar el ejercicio de la política y el desempeño de los cargos públicos, procurando rescatar la confianza y el liderazgo perdido.
Pero Colombia si tiene arreglo, no podemos perder la esperanza de que se produzcan los cambios estructurales que el país requiere. Este es precisamente, el momento histórico propicio de cambiar nuestra cultura política y decidirse a elegir a los Congresistas y al próximo Presidente de la República que los colombianos y colombianas nos merecemos. Resulta un avance significativo que Colombia pueda, por fin, reflexionar y tomar acciones eficientes y eficaces contra este fenómeno.
Ese día en el que extirpemos la corrupción como sociedad y Estado o por lo menos logremos reducir los índices hasta niveles de países desarrollados seguramente seremos un país consciente, crítico, desarrollado, educado y cambiante. Construyamos esa civilidad que tanto anhelamos, pero de la cual debemos y merecemos hacer parte, sin exclusión ni discriminación alguna.
Autor: Benjamín Maza Buelvas.