*Una sabanera mirando con lente al Eje Cafetero.
Siendo las 5 de la mañana suena nuestro despertador natural, un viejo gallo que nunca equivoca su hora y con el inicia un nuevo día en nuestra pequeña vereda. Doña Teresa enciende su fogón, y de inmediato un aroma suave se toma la vieja casona, es el aroma del mejor y más suave café del mundo. El señor Roso y el señor Burgos se toman su primera taza de café, con la esperanza que en ella, esté toda la energía para iniciar sus labores; paradójicamente su lugar de trabajo es ese cafetal, que con sus manos, que parecen mágicas, van a pedirle a los arboles su más preciado tesoro, el grano de café, del que dicen, llego a este mundo un día en Etiopía.
Un grupo de personas transita por un camino de piedra que desde la vereda donde habitan, conduce a su lugar de trabajo; pequeñas fincas. En ese camino no hay trancones, ni contaminación, solo huele a café, a flores, es decir, a campo. Los pequeños salen para su escuela, donde estudian acompañados del cantar de un barranquillo (Ave típica de la zona) y bueno, en honor a la “tecnología” debo decir, que esa tranquilidad es interrumpida por un viejo Jeep Willys del año 47 al que pareciera que no le pasan los años, conducido por “Mellizo”, un representativo habitante de la vereda que va a recoger diez bultos de café, al que sin ningún problema se le suma un cerdo, tres gallinas, un “trasteo” y por si fuera poco, 6 personas con rumbo a Chinchiná.
Don Marino abre las puertas de su tienda, siempre acompañado de un viejo cuaderno, que gracias a la vecina escuela, puede usar si ningún problema, en el anota todos los fiados, con la seguridad que el Sábado tendrá su dinero; allí no hay que firmar pagares ni nada de esas cosas, la palabra basta y sobra; es una cultura heredada de los ancestros, todos los acuerdos se sellan con un apretón de manos.
Así transcurre toda la semana hasta que llega el Viernes, si, ese mismo que en las ciudades se recibe con euforia, y que aquí, no es distinto. Todos hacen sus cuentas de cuánto dinero ganaron, producto de la recolección del café; hay que reservar el dinero de don Marino, el de la cuota de algún electrodoméstico, y hasta el de un par de cervezas.
Hoy la crisis amenaza esta forma de vida y lo peor es que el destino de estas almas cafeteras está en manos de personas en Bogotá, algunas de ellas sin conocer un cafetal.
No quiero ver a Doña Teresa hacer su café en un pequeño cuarto en una de las grandes ciudades, o a Don Rozo y Burgos partir de la tierra que tanto aman; no quiero ver a Don Marino cerrar su tienda y a Mellizo vender su viejo Willys. No es tan simple como dice el señor ministro de agricultura, que hay que buscar alternativas distintas al café.
Acabar con el café es acabar con una cultura ancestral y es por eso que tiene tanto valor esta lucha. El día que por la voluntad de Dios llegue al encuentro con mis ancestros, no quiero tener que llevarles la razón, que dejamos perder su legado.
*Agradecimientos a Jorge Eduardo Ospina.
Por: Nena Botero de Giha
Gerente General Tourism Hotels Inmobiliaria.