Entre gritos, alaridos de pelea, el rugir de las piedras sobre el techo y el apabullante calor del medio día, se desarrollaba una singular y algo habitual riña en el barrio La quinta, Cartagenera.
El hecho fue protagonizado por menores de edad, los cuales solo se escudaban tras sus cortos años de vida cuando les convenía; insultaban, atacaban y se comportan como adultos sin recato. Es paradójico que la ley los proteja y absuelva de delitos mayores con la excusa de “que no saben lo que hacen por su corta experiencia”, pero es de conocimiento general que en la mayoría de los casos es mentira. Que muchos cometen actos criminales a conciencia, adrede y clara planificación. Se desenvuelven como adultos, pero la impoluta constitución de la República solo avala éste desastre latente.
Todos los vecinos de la comunidad se enfrentaban a los “pelaitos” que se multiplicaba, mientras desde una loma lanzaban “peñones” a todas señoras que les pedían a gritos que sus peleas de pandillas las hagan en otra calle, porque están cansadas que les destrocen las casas por problemas territoriales.
Mientras los residentes se enfurecían y respondían con piedras en mano, el ambiente se llenó de polvo. Personas corriendo mientras los niños lloraban y el riesgo de ser heridos aumentaba cada segundo.
Quince minutos después, los muchachos bajaron de su refugio en lo alto, cuando sus enemigos, los responsables del enfrentamiento, aparecieron al final de la calle. Entretanto las amas de casa corrieron despavoridas al ver a jóvenes menores de 15 años con cuchillos, pistolas y todo lo que podían encontrar para arrojarlo, sin diferencia de sexo todos se atacaban en una lucha campal en el que un solo bando debe quedar en pie.
Como suele suceder ninguno de los implicados terminó lesionado, pero todas los hogares de la cuadra y adyacentes tenían evidencias del combate. Láminas de techos rotas, vidrios y puertas reventadas, una calle en total anarquía, el miedo y la furia se reflejaban en la mirada de los afectados.
Luego que todo el lugar se calmó, que los “niños” regresaron a sus casas, llegó la ley a poner orden, “pero al polvo que aún hacia remolinos en el aire”, y allí fue donde la autoridad disparó tratando de dispersar y asustar a quienes ya estaban en su refugio desde hace más de 10 minutos.
Su accionar fue como en las películas, solo un show teatral para que crean que están trabajando. Cuando dejaron de jugar a policías y ladrones las señoras los abordaron reclamando por su irresponsabilidad y falta de cohesión en los hechos.
Su única respuesta, y la que repetían sin cesar, es que “eran menores de edad y no podían ni tocarlos, que eso es responsabilidad de los padres y son con ellos con los que hay que hablar”. Era evidente su despreocupación, era evidente que era parte de la rutina.
La ley establece que si un menor de edad comenten un delito puede ir preso, llevado a la correccional de menores e imputársele cargos. Y más cuando hay cámaras, testigos y evidencia. La desesperación y los errores emergen cuando una comunidad entera está harta y necesitada de una solución.
Una situación delicada puesto que como ciudadanos pagan impuestos, no es precisamente para que los policías están en la estación chateando.
Son los padres los que deben poner reglas y educar en casa, son ellos los responsables y en algunos casos los que deben ir detenidos por las “gracias de sus retoños”. Pero si los progenitores no toman acción los jóvenes están al borde de convertirse en delincuentes en potencia y con libertad absoluta para delinquir, se están cosechando bombas de sangre y muerte que pronto estallarán.
Si los representantes de los menores no son suficientes, es el Estado quien debe poner mano dura sin importar qué. Se deben crear planes de clases educación familiar y tolerancia, moral y comportamiento cívico, entre muchas otras asignaciones que se deben estudiar.
Mientras la ilustre policía solo se dedique a piropear y observar mujeres (ojo a los efectivos de la bahía de manga), si no se toman su trabajo en serio que es proteger y servir y solo dan excusas mandando a los afectados a la fiscalía para interponer denuncias y solo alienten a la comunidad a tomar acción por su cuenta, la situación social de delincuencia común se saldrá de control.
Cartagena, y todo el país, jamás dará el paso del progreso, jamás vivirá en paz, en especial las clases subsidiadas, de escasos recursos, esos olvidados que a diferencia de los estratos 4, 5 y 6 los cuáles sí gozan de protección y cuidado gubernamental seguirán padeciendo por los estragos sociales y padres irresponsables.
¿Será que el cartagenero tiene que protestar en los palacios de justicia para exigir sus derechos o tomar la justicia por sus manos como se ha hecho común?
Los padres irresponsables se indultarán de toda responsabilidad y le encargaran sus labores al Gobierno para que terminen de criar a sus hijos.
Tal vez la mejor solución será rezar al cielo para que Dios nos proteja o esperar que los policías que tanto se anuncian en la radio, dejen de pavonearse en motos y en sus uniformes, paren de chatear y empiecen a trabajar para que una ciudad entera pueda respirar en paz.