Máscaras

Ahora que se aproxima la celebración de las hoy llamadas fiestas de la independencia por la conmemoración de 206 años de la gesta emancipadora que nos liberó del invasor, cabe preguntarse ¿habrá motivo alguno para celebrar en una ciudad que pasó del opresor yugo español al opresor y devastador yugo de la corrupción?

¿Habrá razón alguna para celebrar en una ciudad que tiene a su titular Alcalde, a su Contralora, a Registradores y a Fiscales privados de la libertad?

¿Habrá razón alguna para celebrar en una ciudad donde la mayoría de los miembros de su Concejo se encuentran inmersos en toda suerte de delitos e irregularidades, y los Tribunales y Juzgados que administran justicia han sido también absorbidos por la “nueva ola” de la corrupción, la venta de fallos judiciales?

¿Habrá razón alguna para celebrar en una ciudad que por causa de unos malos y corruptos hijos somos vergüenza a nivel nacional?

Sinceramente, creo que no. No hay motivo ni razón alguna de festejo, por el contrario, es tiempo de duelo, tiempo para reflexionar.

Pero bueno, al pueblo no dejarán de hacerle sus Fiestas. Son necesarias para que siga entretenido, para que siga adormitado, por lo menos, durante un largo mes de jarana que va desde unos desordenes que llaman gozones hasta la fecha en que se recuerda, con desfiles de reinas y comunes desmanes, el día de la Independencia.

Es necesario que el pueblo pueblo, ese, la mayoría, el que alimenta las vergonzosas cifras de la inequidad, de la injusticia social, la miseria, la pobreza y la pobreza extrema en la que se encuentra sumida nuestra maltratada y saqueada urbe, se ponga la máscara del olvido por lo menos, durante este tiempo.

Es necesario que el pueblo pueblo, por lo menos, durante este trance, poniéndose su máscara se olvide de la mala prestación de los servicios de salud, de la mala calidad de la educación, de la desordenada movilidad, de la incesante y progresiva ola de inseguridad, de la falta de empleo, del asesinato de sus líderes comunales,  de su propia miseria, de la corrupción en el gobierno; y de todo aquello que durante todo el tiempo lo ultraja y maltrata.

Pero si por un lado, el pueblo pueblo se ajusta su propia distractora máscara novembrina, por otro, hay todo un ramillete de mal llamados servidores públicos que no podrán participar del festivo desenfreno porque precisamente, les ocurrió lo contrario; fueron desenmascarados por unos osados administradores de justicia que decidieron comenzar a ponerle un “tatequieto” a los abusos y a la corrupción en la administración de los recursos y de la cosa pública de esta noble Cartagena.

Ojalá, esos que merodean y “le hacen sombras” al Sillón del Palacio de la Aduana, se quiten la máscara de personas pulcras, amorosas, serias, capaces, libres de corrupción y de delincuentes financistas con la que caminan calles y barrios de la ciudad, y por la cual dicen sacrificarse.

No más servidores públicos enmascarados.

Por: Alvaro Morales

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